El tráfico aquí es para echarse a llorar. La gente hace lo que le da la gana; tengo que girar a la izquierda, pues me meto, y si viene alguien, ya me verá....Con esa filosofía se mueve la ciudad.
Ruidosa y caótica. Hay taxis discrecionales (como los de España), y hay otros tipos de taxis que hacen rutas y que recogen hasta 6 personas (más el conductor). Estos taxis están regulados entre días pares e impares. Se diferencian por el techo, los días pares salen los amarillos, y los impares salen los verdes (o al revés?). Los llaman conchos o carro público.
Pues bien, estos taxis, cuando tienen un hueco libre, van pitando a cada peatón que se encuentran a su camino para llamarle la atención e intentar pescarlo como cliente. Así que imaginaros cómo pueden ser los niveles de ruido en la ciudad.
El sábado, haciendo recorrido turístico a la zona colonial, pillé uno de estos. Íbamos siete personas en un coche y a quién más sudado....tampoco era para quejarse, a mí me tocó ir aplastado por dos estudiantes bien blanditas.
Con Rosario, mi compañera de trabajo, no podían faltar las anécdotas automovilísticas. El año pasado cuando la conocí, el motor de su Toyota Corolla nos hizo un regalito dejándonos tirado a 38 grados. Este año no podía ser menos, y una mañana en la que teníamos una reunión, se negó a arrancar. Suerte que nuestra amiga Arabella nos prestó su carro para el resto de la mañana.
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